7.11.18

Enrique Vila-Matas "Una casa para siempre" (1988) (Mac y su con­tra­tiempo)

En la noche lisboeta un famoso ventrílocuo, tras despedirse inesperadamente y para siempre de los escenarios, va al encuentro del barbero que le ha robado la mujer amada y, en una solitaria callejuela del puerto, le atraviesa el corazón con una afilada sombrilla de Java.Pero la confesión explícita del crimen no espere encontrarla el lector en Una casa para siempre, que es el libro de memorias de ese ventrílocuo, así como tampoco la transcripción fiel de su huida, una repugnante fuga que el narrador disfraza de culta, hermosa y literaria.
No hay de qué alarmarse Todos los libros de memorias escamotean algo o mucho. Además, Una casa para siempre puede leerse como una novela en la que, si bien se ocultan episodios cruciales, otros no menos importantes van configurando, a través de una trama desgarrada e incierta, la peculiar trayectoria vital del narrador

Estamos ante la historia del ventrílocuo que supera el grave problema que para su oficio representa el tener una sola y única voz, se disgrega entonces en tantas voces como relatos o pasajes de vida contienen sus memorias, y finalmente acaba reencontrando su propia voz en un país lejano. Nada menos que en la Arabia feliz, el país de las mil y una noches. Allí, convertido en un narrador oral que intenta en vano despedirse de la escritura, se sentirá atrapado ya para siempre en la casa de la ficción que es, al mismo tiempo, el escenario del crimen, es decir, el lugar de la palabra

En el capítulo La fuga en camisa de este libro se incluye un relato con este mismo nombre, La fuga en camisa, que es una leyenda jasídica que al parecer fascinaba a Franz Kafka. La leyenda dice así: «Se narra que en un poblado jasídico una noche, al final del Shabat, los judíos estaban sentados en una mísera casa. Eran todos del lugar, salvo uno, a quien nadie conocía, hombre particularmente mísero, harapiento, que permanecía acuclillado en un ángulo oscuro.

La conversación había tratado sobre los más diversos temas. De pronto alguien planteó la pregunta sobre cuál sería el deseo que cada uno habría formulado si hubiese podido satisfacerlo. Uno quería dinero, el otro un yerno, el tercero un nuevo banco de carpintería, y así a lo largo del círculo.

Después que todos hubieron hablado, quedaba aún el mendigo en su rincón oscuro.

De mala gana y vacilando respondió a la pregunta.

Dijo: “Quisiera ser un rey poderoso y reinar en un vasto país, y hallarme una noche durmiendo en mi palacio y que desde las fronteras irrumpiese el enemigo y que antes del amanecer los caballeros estuviesen frente a mi castillo y que no hubiera resistencia y que yo, despertado por el terror, sin tiempo siquiera para vestirme, hubiese tenido que emprender la fuga en camisa y que, perseguido por montes y valles, por bosques y colinas, sin dormir ni descansar, hubiera llegado sano y salvo hasta este rincón.

Eso querría”. Los otros se miraron desconcertados. “Y ¿qué hubieras ganado con ese deseo?”, preguntó uno de ellos. “Una camisa”, fue la respuesta.»



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